Junio: la caída fisiológica, un punto de inflexión clave en el cultivo del olivo
- maellesoreau2006
- hace 21 horas
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Los puntos principales: En junio, el olivo atraviesa la caída fisiológica del fruto, eliminando aquellos que no puede desarrollar. Este ajuste natural permite concentrar los recursos en los frutos más viables. Paralelamente, se inicia la formación del hueso y el árbol entra en una fase de parada vegetativa. El estrés térmico y la falta de agua pueden afectar seriamente este proceso. Además, se intensifica la vigilancia sobre el prays y se finalizan los tratamientos foliares.
Durante el mes de junio, el olivo atraviesa una de las etapas más determinantes de su ciclo anual: la caída fisiológica del fruto, conocida en el ámbito agrícola como la "caída de San Juan". Este proceso natural consiste en que la planta, tras el cuajado del fruto, realiza una selección interna y decide qué porcentaje de los frutos recién cuajados puede desarrollar con éxito hasta su maduración. Aquellos frutos que no puede sostener, ya sea por limitaciones hídricas, nutricionales o energéticas, son eliminados de forma activa por el árbol.
Este fenómeno tiene lugar de manera progresiva y suele extenderse hasta finales de junio o comienzos de julio, dependiendo de las condiciones climáticas y del estado general del olivar. Es una estrategia biológica de autorregulación que permite a la planta garantizar el desarrollo de los frutos más viables, asegurando así la calidad y cantidad de la futura cosecha.
Aunque en los meses previos se registraron datos muy positivos en cuanto a fertilidad floral y cuajado, es en esta fase cuando la planta comienza a ajustar sus recursos. Por tanto, las estimaciones iniciales deben tomarse con cautela, ya que tras este ajuste fisiológico tendremos una primera aproximación más precisa a la producción real del año.
Desarrollo inicial del fruto y formación del hueso
Una vez que el fruto ha sido seleccionado por la planta y comienza a desarrollarse, inicia también el proceso de incremento de calibre, fase en la que el tamaño del fruto aumenta de forma visible. Este desarrollo continúa hasta que se completa la formación del hueso en el interior del fruto. La lignificación del hueso marca un antes y un después en el ciclo del cultivo, ya que una vez formado, el olivo entra en lo que se conoce como la parada vegetativa estival, momento en el que su actividad metabólica se reduce drásticamente debido a las altas temperaturas.
Es precisamente en este momento, tras la caída de San Juan y la formación del hueso, cuando los técnicos y agricultores pueden obtener una estimación más fiable del número de frutos por brote, lo cual permitirá hacer un cálculo más ajustado del volumen potencial de cosecha.
El estrés térmico y la importancia del agua
El éxito del cuajado y la retención del fruto en esta etapa están directamente condicionados por factores como la temperatura y la disponibilidad hídrica. Si las temperaturas no son excesivamente elevadas y la planta cuenta con reservas suficientes de agua y nutrientes, será capaz de desarrollar un mayor número de frutos.
Es fundamental recordar que los nutrientes acumulados en los tejidos del árbol durante fases anteriores, así como su nivel de hidratación, determinan su capacidad para sostener el esfuerzo que supone el desarrollo de los frutos. Si la planta percibe que no puede mantener ese esfuerzo fisiológico, sacrifica parte del fruto para asegurar la supervivencia del resto.
Renovación foliar: la muda de hoja
Paralelamente a este proceso, en junio también se produce la muda de hoja. Aunque el olivo es una especie de hoja perenne, la planta lleva a cabo un proceso continuo de renovación foliar, eliminando aquellas hojas envejecidas, dañadas o que ya no cumplen una función útil.
El agricultor suele observar cómo ciertas zonas del árbol muestran hojas amarillentas que terminan cayendo. Este fenómeno responde a una estrategia adaptativa: el árbol elimina estructuras que suponen una pérdida de humedad innecesaria. Hay que tener en cuenta que las hojas son el principal órgano de transpiración de la planta, y en situaciones de escasez hídrica, su reducción permite minimizar la pérdida de agua por evaporación.
Al reducir el número de hojas ineficientes, el árbol consigue mantener un equilibrio entre la transpiración y la absorción de agua desde las raíces, conservando así sus reservas en un momento crítico del ciclo.
Prays del olivo: tercera generación, la más dañina
Otro aspecto fundamental en este mes es el inicio de la tercera generación del prays (Prays oleae), conocida como la fase carpófaga, ya que afecta directamente al fruto. Esta generación es especialmente peligrosa, pues las polillas adultas ponen sus huevos sobre los frutos recién cuajados. Al eclosionar, la pequeña larva penetra en el interior del fruto alimentándose de la semilla en formación.
La larva permanecerá oculta dentro del hueso todo el verano. Al finalizar la estación, perforará el hueso para salir, provocando una caída masiva de aceituna, un fenómeno conocido como la caída de San Miguel, que se produce a finales de septiembre.
Este año, en las zonas más adelantadas de la comarca, la afectación ha sido mínima, en torno a un 5 % del fruto, lo que no representa una amenaza significativa. Sin embargo, en las zonas más tardías, sí se han detectado focos localizados con incidencias de hasta el 25 %, favorecidas por las temperaturas suaves del final de la primavera.
Recta final de la fertilización foliar
Durante este mes también se entra en la fase final en la que la planta puede aprovechar eficazmente los tratamientos de fertilización foliar. A medida que se acerca la parada estival, el metabolismo del olivo se ralentiza, y con ello, la eficacia de la absorción foliar disminuye.
Esto se debe a que los estomas de las hojas, por donde penetran los nutrientes aplicados vía foliar, tienden a cerrarse para evitar la pérdida de humedad. Una vez cerrados, la absorción foliar se ve muy limitada, lo que convierte esta etapa en la última oportunidad del ciclo para realizar tratamientos realmente efectivos por esta vía.
Por ello, el agricultor debe actuar con precisión y buen criterio, aplicando fertilizantes solo si son necesarios y priorizando las condiciones climáticas más favorables (temperaturas suaves, humedad ambiental, etc.) para maximizar su eficacia.
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